Reflexiones



“Durante seis días a la semana, el espíritu permanece en la soledad, despreciado, abandonado, olvidado. Trabajando en tensión, abrumado de preocupaciones, envuelto en ansiedades, la mente del hombre no disfruta de la etérea hermosura.  Mas el espíritu espera que el hombre se le reúna.

Y he aquí que llega el sexto día. La ansiedad y la tensión  ceden ante la exaltación que precede todo gran acontecimiento. El Shabat no ha venido aun, pero el pensamiento de su llegada inminente despierta en el corazón el anhelo apasionado por estar pronto y ser digno de recibirlo.”

El Shabat y El Hombre Moderno – Abraham Heschel


Los sonidos del silencio



Los sonidos del silencio

en esta tarde invernal
son mis fieles compañeros.
El crepitar del fuego,
el seseo de la sabia de la
madera trunca que se fuga y escapa
y termina empozada en la piedra blanca.
Palabras que se agolpan y luego
callan.
Está mi casa tan vacía como el
alma que la habita.
El ladrido de mi perro
me protege.
El chirriar de las ruedas
sobre el asfalto me sobresalta.
Esta tarde de invierno
en la que el tiempo se detiene
mi estufa a leña reclama mi atención .
El fuego perezoso
por fin se digna a danzar
siluetas se dibujan
y entonces fijo mi vista en el.
Es totalmente relajante
mi mente llega a casa.
Descansa.
Escucha.
Siento los sonidos del silencio
que adoro y que me acompañan.
El silencio.
Adoro el silencio más que a nada en el mundo.
Me ayuda a pensar, a meditar, a crear.
El silencio solo interrumpido por más silencio.
Y por mi propia creación. Imágenes. Collages. Textos.
Palabras que se hilvanan una detrás de la otra
hasta que mi mente decide descansar. Entonces,
regresa a casa. Se relaja. Medita. Mis ojos cerrados me
llevan a mundos intangibles, increíblemente bellos.
En algunos habita el dolor y la memoria,
en otros la paz y la felicidad
en todos hay vida!!
  
M. R.

El azul, el negro y el bosque


Me interno en el bosque
En busca de un pájaro azul.
Alguien me dijo alguna vez,
Que en el bosque vive una gran
Familia de pájaros multicolores.
Pero, hay uno en especial, que dicen
Es hermoso.
Es de color azul intenso negro
Como el carbón.
Ambos colores se funden en
Uno y le dan su belleza
Única, especial, singular.

Pero, esta belleza se completa
Con la dulzura de su canto.
Con la ternura que sólo su llamado
Puede causar.

Es un pájaro solitario.
Rara su especie.
Una vez que parte de su nido
Vuela solo
Buscando su propio destino.

Y, ¿Cuál es este destino sino la muerte
Aferrado a la rama más alta del
Bosque bajo un cielo
Azul-negro-azul-negro-azul?

Esa rama no es única.
Una vez que este
Hermoso pájaro azul
Encuentra la muerte
La rama se desprende
Mágicamente del árbol
Acompañando su caída
Alivianando el golpe
Y, envolviendo el cuerpo
Desvalido para protegerlo
De los demás animales
Voraces.

Cuenta la leyenda…
Que, una vez que este pájaro
Se hace uno con la tierra,
Allí nace un árbol.
  
Primero con sus raíces tiernas.
Después, éstas se fortalecen,
Buscan  la humedad y el alimento
Y luego, una vez que pasa el tiempo
Ese pájaro, ahora raíz
Se convierte en un hermoso
Árbol cuyas hojas se tornan
Azules-negras-azules
Según el pájaro
Cante o llore su canción.

Así el bosque se va
Cubriendo de
Árboles
Azules-negros-azules
De pájaros
Azules-negros-azules
De cantos
Que a veces ríen y otras
Lloran.

Ingreso al bosque
Atraído por esa magia
Lo recorro.
Lo hago mío.
El azul y el negro
Me acompañan.

M. R. 

Myriam Rozengurt escribe, publica y traduce


Myriam Rozengurt
mrozengurt@hotmail.com


El Mar


Creo que fue verdad. O, tal vez, me lo inventé para poder seguir en carrera. El día había sido duro y la noche prometía ser tan dura como el maldito día.

El despertador a las seis de la mañana. La ducha matinal casi fría para quitarme de encima las seis horas mal dormidas de otra noche insoportable. Sueños tan reales y tan crudos como la misma realidad. Personas que se gritan para comunicarse, pero no se escuchan. Ruido que hace las veces de música. Noticieros que desinforman. Niños que trabajan. Adultos que malgastan sus vidas entre las drogas y el alcohol. Mi jefe que cree que lo puedo todo…

Hay noches en las que dudo si he logrado dormir más de tres minutos seguidos. ¡Creo que necesito vacaciones! ¿Qué será? ¿Vacaciones? ¿Un cambio radical de vida? ¿Mudarme? Tal vez, todo. Tal vez, nada de eso. Huir no es la solución, y lo sé. Pero, ¿qué hacer? otra noche. Ese sueño que me ha acompañado durante las últimas dos semanas.

Estoy en la cama. Acompañado. Estoy sentado. Leo un libro. Ese libro es iletrado. Sin imágenes. Sus tapas y hojas se transforman en un pañuelo blanco inmaculado que se pega en mi boca y la cubre junto con mi nariz. No logro respirar. Me ahogo. Mi respiración se agita. El pañuelo sigue allí.

Me he despertado empapado en sudor noche tras noche. Durante las últimas dos semanas.

Sonó el despertador a las seis. Era como si no hubiera dormido. Llamé a mi jefe y di parte de enfermo. No podía presentarme en el trabajo en ese estado y no podía seguir así. Ni un solo día más. Dejé el apartamento con una mochila al hombro. Subí a la moto y arranqué. Sólo me detuve un par de veces para cargar nafta. Un largo viaje me esperaba. El destino: la playa. Anduve por más de tres horas.

Llegué a la playa a esa hora del día en la que el sol calienta en toda su intensidad. No me importó. La playa estaba desolada. Ni un ser vivo a varios kilómetros a la redonda. Mejor. La arena hervía. Caminé hacia la orilla. El mar oceánico helado me cortaba la circulación. Nada iba a impedir que hiciera lo que había venido a hacer.

Me quedé un largo rato en la orilla. Quería acostumbrarme a la temperatura del agua. Ésta masajeaba mis tobillos. Las olas acercaban y alejaban mis problemas una y otra vez. Un cardumen de peces pequeños pasó por mi lado. Llamaron mi atención por un momento. Pero, desaparecieron tan rápido como habían aparecido. El mar seguía acariciando mis tobillos y susurraba una tierna canción en mis oídos. El sol calentaba mi cuerpo cada vez más. El agua ya no parecía tan fría. Mi respiración era tranquila y mi mente se iba apaciguando. De a poco fui entrando al mar. Cuando el agua cubrió mi cintura, me zambullí para refrescarme por completo.

El sonido del mar. Las olas. La paz de la naturaleza. El sol radiante. El cielo celeste claro, completamente despejado. Limpio como la arena y como el mar. Todos fueron testigos. Mudos. Lejanos. Ajenos. Ninguno intervino para ponerme freno. Nadé un largo rato. Me sumergí y salí a la superficie varias veces. Mis músculos respondieron sin problema. El mar me invitaba a quedarme. No sentía ni frío ni calor. Mi cuerpo reaccionó  favorablemente a cada prueba a la que lo sometí. Comencé a sumergirme cada vez más profundamente y por más tiempo. A medida que iba bajando a las profundidades mi mente se iba desahogando. Me sentía feliz. Desintoxicado. Fuerte. Un pañuelo blanco inmaculado rozó mi rostro. Siguió de largo

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Sonó el despertador a las seis de la mañana. Me levanté de un salto. Me duché. Me preparé un rico desayuno. Me sentía bien. Muy bien. Mi mente, libre. Mi cuerpo, fuerte.

Creo que fue verdad. O, tal vez, me lo inventé para poder seguir en carrera.


                                               Fin